MIS IMÁGENES DE JESUCRISTO
Notas teológicas y por ello autobiográficas OSVALDO L. MOTTESINuestra teología, para bien o para mal, es parte indivisible de nuestra biografía. No existen tales cosas como convicciones teológicas objetivas, totalmente aisladas de toda subjetividad, y por eso divorciadas de la realidad de nuestras propias vivencias. Por lo tanto, estos apuntes son también -no pueden dejar de serlo- notas autobiográficas. Surgen al correr del teclado y responden a este momento de mi peregrinaje humano.
Hablar de mi peregrinar es todo un desafío. El mismo ha sido muy largo y variado. Ya van para ochenta años andándolo. Cincuenta y cuatro de ellos en las experiencias del ministerio eclesiástico. Tan extenso deambular se ha dado en muchas etapas, todas marcadas por hitos importantes; los momentos decisivos de mi vida. En medio de todo esto, la presencia de JesuCristo ha sido siempre compañía vital. Él no ha sido ni es sólo el Señor de mi vida y ministerio, sino mi Amigo del alma, Compañero fiel, a pesar de mis infidelidades. La afirmación anterior, llena de gratitud, nos lleva al propósito de estas notas: ¿Cómo se ha dado el acompañamiento de JesuCristo en mi vida? A través de las imágenes que de Él ha creado el Espíritu Santo en mí. No solo con su presencia y poder, guía y protección, sino con sus imágenes grabadas en mi sistema. Y las imágenes son eso: muchas. ¿Por qué? Porque he leído y leo el mismo Evangelio, según voy caminando desde mi adolescencia, con lentes diferentes. Por eso, con el riego de ser arbitrario por breve y esquemático, mencionaré en las pocas líneas que siguen, solo algo de dos de mis muchas imágenes de JesuCristo. La inicial, y la actual. Pero antes necesito hacer, en forma telegráfica, algunas precisiones importantes. Primera: Existen tantas imágenes o interpretaciones de JesuCristo, como lecturas existen del Evangelio. Observen que no digo lectores o lectoras, sino lecturas, dado que en diferentes épocas de su peregrinar, una misma persona hace distintas lecturas de un mismo texto. Este, a su vez, ofrece sentidos variados. En este caso, del Evangelio. ¡Claro! Con el tiempo cambiamos nuestros lentes. Segunda: No existe ningún tipo de conocimiento humano -en este caso teológico- de carácter objetivo y universal. Esto, porque toda lectura es interpretación: leemos con “nuestros lentes”. Y toda definición es también interpretación: definimos desde “nuestra ventana”. Por tanto, toda interpretación y construcción de la misma está sociológicamente localizada. Por ello, nuestra reflexión teológica es siempre contextual. Como diríamos en Puerto Rico, siempre hacemos teología “desde nuestro bohío”. Tercera: Esta reitera, por otra razón inescapable, nuestra afirmación anterior: La reflexión teológica es siempre un diálogo entre una situación humana dada y La Palabra de Dios. Por ello siempre fue, es y será una experiencia contextual. Aunque ésta sea escrita por un teólogo alemán, inglés o estadounidense. Es decir: un varón, blanco, de clase media, en un país desarrollado. La misma que luego será traducida al castellano por otras personas, con sus propios bagajes de vida, y se publicará (espero que ya no más) como “la” teología para aprender en escuelas de nuestros países “en desarrollo”. Sin duda, y es muy importante destacarlo, tal teología parte de afirmaciones universales y objetivas reveladas por La Palabra, que todos los cristianos y cristianas aceptamos. Pero la interpretación y aplicación de las mismas es y será siempre contextual. Anexo para preocupados o sorprendidas: El carácter contextual ineludible de la teología no es relativismo. Todo lo contrario. Este afirma el propósito misional y pastoral de la misma. Es decir, la teología como respuesta orgánica a las preguntas que seres humanos, desde sus situaciones particulares, hacen a La Palabra. Por otra parte, es preciso agregar que diferentes énfasis teológicos, siempre presentes en la libertad a la que hemos sido llamados, generan a su vez distintas espiritualidades. Estas son peculiares maneras de comprender y vivir la fe. Tales interpretaciones y vivencias son -a su vez- “lentes” que afectan esas lecturas del Evangelio. Esto se constituye en un toma y daca, un verdadero “ping-pong” en nuestras experiencias. Hemos descubierto por lo menos seis tendencias de espiritualidad cristiana. Estas expresan la rica diversidad multiforme del Cuerpo de Cristo. Las presentamos aquí como una tipología, que esperamos justa y completa. Es decir, una generalización que solo marca o destaca tendencias. Reconocemos que muchas veces, las tipologías no hacen justicia a particularidades importantes. Además, cada “tipo” de espiritualidad no constituye un compartimento estanco. En cada vez más casos en la vida de la Iglesia, valores o énfasis de un tipo, se combinan con otro u otros. Las fronteras entre estos perfiles se hacen muchas veces difusas. De todas formas, a los efectos de nuestro propósito, nos parece útil compartir este cuadro. El orden no es de importancia. La espiritualidad contemplativa: Enfatiza la vida interior, la oración, la meditación, y otras disciplinas personales. Concibe la vida cristiana como un diálogo constante con Dios, sobre asuntos espirituales profundos. Salmo 1:1; Efesios 6:18. La espiritualidad de santidad: Enfatiza el desarrollo del carácter, que debe manifestarse a través de un estilo de vida responsable. Concibe la vida cristiana como la práctica de buenas obras. Juan 13:34-35; Santiago 2:14-17. La espiritualidad carismática: Enfatiza la intervención milagrosa del Espíritu Santo en el mundo. Concibe la vida cristiana como una experiencia sensible a, y participante en el poder sobrenatural de Dios. Mateo 4:23-24; Hechos 2:1-4. La espiritualidad social: Enfatiza la acción profética y compasiva, como testimonio cristiano del cuidado de Dios por toda la gente. Concibe la vida cristiana como identificación con el interés de Dios en crear comunidades de paz, compasión y justicia. Miqueas 6:8; Mateo 25:31-46. La espiritualidad evangélica: Enfatiza la proclamación del Evangelio, para guiar a la gente a confesar a JesuCristo como el Señor de sus vidas. Concibe la vida cristiana como la experiencia de discípulos y discípulas fieles en la doctrina y el testimonio. Mateo 28:19-20; 1Timoteo 1:3-5. La espiritualidad encarnacional: Enfatiza el propósito de Dios a través de todo el orden creado. Concibe la vida cristiana como celebración cotidiana de las instituciones y relaciones humanas ordenadas por Dios. Salmo 24:1; 1 Timoteo 4:4-5. Todo lo anterior nos lleva finalmente a concluir que nuestras imágenes de JesuCristo son el fruto de nuestras lecturas del Evangelio, iluminadas por el Espíritu Santo, y a la vez caracterizadas o matizadas por las influencias intelectuales y espirituales, objetivas y subjetivas, conscientes e inconscientes de nuestra experiencia de vida. Bueno, equipados con todo lo anterior, vayamos al grano: Mi primera imagen de Jesús la recibí cuando solo tenía cinco años; varios antes de vivir mi encuentro redentor con Él. Ocurrió en la vieja casona donde crecí, como parte de una familia de hijos y nietos de inmigrantes italianos. Esa casa era fruto del esfuerzo denodado de mi padre, Don José Fortunato Mottesi, quien entonces la había comenzado a pagar “en incómodas cuotas mensuales”. Papá logró el sueño de “la casa propia”. Esto era testimonio de nuestra movilidad social hacia la clase media de entonces. Estaba ubicada en la calle Gascón, en pleno corazón del original barrio de Palermo fundado -como su nombre lo hace obvio- por los primeros italianos llegados a mi Buenos Aires querido. Don Orlando Luis Mottesi, mi abuelo paterno, había llegado a Buenos Aires en 1896, a sus dieciocho años. Había dejado su nativo pueblo de Malet, un suburbio de Trento. Esa ciudad era y es conocida por un concilio católico antiprotestante (1545-1563). Estaba ubicada en la provincia de Trieste, fronteriza entonces entre Austria e Italia, hoy territorio del norte italiano. Como la mayoría étnica de la población trentina de entonces, Don Orlando hablaba italiano norteño. Existe una teoría familiar, desarrollada por mi padre y mis sobrinos Marcelo y Martín, hijos de mi hermano Alberto. Esta afirma que, por problemas políticos surgidos con la guerra, el “nono”[1] Orlando había italianizado su apellido de origen austríaco Mott, por Mottesi. Esto le permitió obtener su pasaporte italiano, y más tarde su Cédula de Identidad argentina. Puede ser... El “nono” Orlando al llegar a la Argentina, sufrió un tremendo impacto emocional. Los anarquistas en Buenos Aires, en lugar de escribir poesías utópicas sobre el mundo nuevo, sin ejércitos ni policías, autoridades ni restricciones, ponían bombas. Eran los terroristas en la agonía de aquel siglo XIX en la Argentina. Por eso, como él me contara muchas veces, abandonó su anarquismo soñador y romántico y -como decía con su agradable acento: “me hice socialista”. Es muy importante aclarar hoy, por el uso dispar y muchas veces arbitrario que se da a este vocablo, que era de aquel socialismo argentino original, de carácter utópico, no violento, cooperativista, generador de casi toda la legislación laboral argentina, y profundamente democrático. Lo que hoy llamaríamos una “democracia social” a la europea, por supuesto, en su expresión ideal. Cada sábado en la tarde, había una actividad singular en la amplia sala de la casona. Parientes y amigos del “nono”, venían a reunirse con él. Eran todos italianos, a excepción de mi padre. Llegaban en sus trajes oscuros de tres piezas, sus sombreros negros, y relojes cuyas cadenas cruzaban sus chalecos. Siempre hablaban de política. Esa tarde dialogaban -como anticlericales que eran- sobre la iglesia católica en la Argentina de entonces. Desde un cuarto contiguo, yo observaba y escuchaba con gran atención y admiración a estos “héroes” de mi infancia. De pronto el “nono” dijo: -Tenemos que distinguir entre la iglesia y los evangelios, “porque Jesús fue el primer socialista”. Eso fue todo. No recuerdo más. Desde entonces esa idea-imagen de Jesús me acompañó, desarrollándose conmigo. Tenía catorce años cuando entré por primera vez al templo de la que sería mi amada Iglesia Evangélica Bautista de Once. Allí leí, en el bello vitral que aún existe: “Dios es amor”. Y lo de Jesús volvió a mí con gran fuerza. Conocería personalmente a ambos -el amor de Dios en JesuCristo y aquel socialismo utópico- en mi primera juventud. El viernes santo de 1953 rendí mi vida a JesuCristo. Desde niño era un ávido lector. Por tanto, sin necesidad de consejo, comencé a leer la Biblia con pasión. Por designios de la Providencia, me sugirieron leer y releer el Sermón del Monte. Una semana antes de mi bautismo en diciembre de ese año, Don Manuel Blanco, mi maestro de la Escuela Bíblica, me prestó una copia gastada, ya amarillenta y muy marcada, del pequeño gran libro de Charles M. Sheldon: “En sus pasos o ¿Qué haría Jesús en mi lugar?”. Esa gema de la literatura cristiana marcó y aún define mi vida espiritual.[2] JesuCristo se constituyó en el líder supremo de mi vida. Él representaba todo lo contrario a lo que las tradiciones de todo tipo, incluidas las religiosas, me ofrecían entonces. JesuCristo era, fundamentalmente, mi Salvador y Guía. El único y suficiente Redentor de la humanidad, y el Reformador de todo lo que era injusto en este mundo. Mi natural espíritu contestatario, entonces sólo inicial pero ya presente, había encontrado en Jesús no sólo salvación y vida eterna -como entonces las entendía- sino el Camino transformador de la vida del mundo ¡Y yo iba a ser su instrumento de cambio en mi patria! ¡Yo iba a ser el primer presidente evangélico de la Argentina! ¡Tremendo primer gran sueño adolescente! Al cumplir dieciocho años, con el apoyo sonriente de mis padres, ingresé a aquel partido socialista. Mi opción por un movimiento respetado y reconocido, pero minoritario, hizo aterrizar en realismo aquel sueño político juvenil. Si se hacía imposible “llegar a la Casa Rosada”[3], mi ministerio cristiano como luz y sal de la tierra, sería igualmente en la arena política. Esta decisión, hoy una más entre otras para la juventud cristiana, constituía entonces una vocación inusual para un muchacho evangélico. Si Dios me otorga vida, en otro momento y espacio compartiré las mil vicisitudes formativas que rodearon mi juventud, y el llamado posterior del Señor al ministerio a través de la Iglesia. Aquí debo dar crédito, en cuanto a todo el resto de mi itinerario, a la visión del “nono” Orlando acerca de Jesús, y a mi entrega personal al Señor. Hoy puedo explicar cómo aquella imagen salvadora y revolucionaria de JesuCristo, fue guiando mi vida a través del pastorado inicial en Buenos Aires; el ministerio evangelístico continental; la opción por la enseñanza -como misioneros argentinos ¡pioneros para aquel entonces!- en Costa Rica; mis estudios sociales, y mis décadas en la enseñanza como profesor de “religión y sociedad”. Jamás he renunciado a aquella imagen inicial de JesuCristo. Todo lo contrario. Ésta tan sólo ha ido madurando y enriqueciéndose, para llegar a ser lo que es hoy. Mi actual imagen de JesuCristo es -dando un salto irrespetuoso y gigantesco- a la vez semilla y fruto de mi hoy. No es sólo un desafío literario, sino también abrumadoramente existencial, describir en pocas palabras esta realidad. Con temor y temblor, pero total certeza, afirmo que soy cristiano porque: JesuCristo es Dios hecho carne en pesebre palestino, bebé de piel morena -Hermano- en verdadera noche buena para mí y para todos, en especial los pobres de la tierra. Es misterio insondable, milagro del Espíritu, que hizo de un vientre aldeano virgen, capullo fértil, catedral humilde para el Segundo Adán. Es Emmanuel, invasión del Amor divino en medio del odio humano. Es el Verbo ilimitado, que al hacerse carne limitada, restringida, le dice ¡SÍ! a la mía y la de todos. Es iniciativa de la Gracia y génesis de mi fe. Vivir para seguir en fidelidad a JesuCristo confiere sentido a mi existencia. Jn 1:14. JesuCristo desde su barrio querido de Nazaret, lanzó al mundo el manifiesto de su misión, la plataforma estratégica del Evangelio del Reino, del cual es el Señor. Manifiesto que demanda -a mi humanidad y la de todos- vivir en la plenitud del Espíritu; luchar contra todo tipo de pobreza; curar todo tipo de sufrimiento; liberar todo tipo de esclavitud; iluminar todo tipo de oscuridad, y mostrar el clima del jubileo que viene. Existir para cumplir esta misión, se ha hecho mi vocación apasionada. Lc 4:14-21. JesuCristo, enseñando al predicar desde un Monte, nos entregó la Regla de Oro, que es Carta Magna para vivir en la roca de Su voluntad. Nos enseñó cómo hacerlo, con un lebrillo y una toalla, clave del éxito verdadero, del camino del servicio, del vivir para los demás. Tal ética radical, inalcanzable para muchos, exagerada para otros, es para mí el ideal y blanco que mi conducta cotidiana procura alcanzar. Anhelo ser bienaventurado, tan solo y nada menos, que por vivir en su Amor. Mt 5:1-7:29. JesuCristo ocupó mi lugar en el Calvario. Se cambió por el Barrabás que me simbolizaba. A todos nos representó en la Cruz. Allí cargó mi culpa, pagó mi deuda, compró mi perdón, logró mi redención. En horfandad cósmica total, en soledad redentora solidaria nos hizo -a huérfanos de Dios arrepentidos y confesantes- hijos e hijas del Padre. Es el Hijo del Hombre, nombre enigmático que tanto usó, haciéndonos en la Cruz primicias de una nueva humanidad. Mt 27:45-46. JesuCristo vive y reina hoy. El no resucitó. Fue el Padre quien, al aprobarlo con sobresaliente en el examen de obediencia radical del Gólgota, lo levantó de la tumba en resurrección corporal, que es la única real. Es Señor de Señores y Rey de Reyes. Su Reino es una gran paradoja, pues es totalitario. Demanda obediencia absoluta, durante toda la vida, para ofrecer libertad y salvación plenas. Nací en una geografía, soy fruto de su cultura, pero al recibir la ciudadanía de Su Reino, JesuCristo me ha hecho primero ciudadano del mundo para el mundo. Millonario en bendiciones de Dios, cierro estos apuntes iniciales, haciendo mía la afirmación de Juan Wesley, predicador ungido del pasado: “el mundo es mi parroquia”. Por tanto, al Rey eterno, inmortal, invisible, al único Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén. 1 Tim 1:17. ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------ [1] Castellanización popular, al menos en Argentina, de “nonno”, o sea “abuelo” en italiano. [2] Charles M. Sheldon. En sus pasos ¿Qué haría Jesús? El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones, 15ª. Edición, 2008. Esta obra fue escrita originalmente en 1896, y leída por capítulos a los jóvenes de la Iglesia Congregacional Central de Topeka, Kansas, EUA. cada domingo por la noche. Ya ha sido traducida y publicada en no menos de 21 idiomas. Ha sido llamada por muchos “la más grande de las novelas cristianas”. Debiera ser lectura obligada de todo joven cristiano. [3] Debido a su color, la Casa Rosada es el nombre dado a la hermosa sede del gobierno nacional argentino en Buenos Aires. |